«¿Te acuerdas de la pelea aquella en el Garden? Bajaste al vestuario y dijiste: ‘Chaval, hoy no es tu noche. Hemos apostado por Wilson’. ¿Te acuerdas de eso? Hoy no es tu noche. ¡Mi noche! Esa noche yo podría haber partido a Wilson en dos. ¿Y cómo acaba esto? Acaba con que le dan el billete para pelear por el título. Y a mí un billete de ida al país de los gilipollas. Nunca volví a valer nada después de aquella noche […]
Estas frases las escupe Marlon Brando en La ley del silencio a su hermano, en quien había confiado plenamente y quien, según él, le ha traicionado. La película es de Elia Kazan, de 1954, con guión de Budd Schulberg, y es lo que, siguiendo el post anterior, muchos pintores modernetes parecen haber pensado de la pintura. Y no les falta razón, pues si bien pertenecen a una dinastía con grandes aristócratas entre sus antepasados, ahora parecen haber perdido el papel capital que antaño jugaban en el juego del arte, y ante la constatación de que ahora poseen un apellido importante pero que trabajan en una estación de metro ocupándose solamente de que el tren llegue a tiempo, mientras los laureles y las chicas van a parar a instaladores, videoartistas, grafiteros o a todo eso mezclado y rebozado de Gucci, muchos reaccionan con ira y reproches ante la pintura. Encerrarse en el caserón familiar para pintar como Murillo no es la solución, ni tampoco lo es el desaire público con el que algunos pretenden hacer creer que corren hacia adelante, cuando lo único que hacen es imitar, bajo una estética contemporánea, el virtuosismo con el pincel de sus abuelos. Hablo siempre de pintores que aún creen en la figuración, es importante tener esto presente.
La falta de confianza en la capacidad de la pintura para representar al ser humano en el siglo XXI, es tan peligroso que más valdría, si te asomas al abismo, abandonar la pintura antes de terminar siendo un cenizo. A poco que mires por ahí te encuentras fácilmente con muchos pintores figurativos que en su malestar, acaban haciendo obras tremendamente parecidas y repetitivas. Adrian Ghenie, Jaybo o Nick Lepard, por poner algunos ejemplos fáciles de encontrar en cualquier blog. Bien es cierto que no son pintores de primer nivel, pero ahí están, a la vista de todos. La estrategia que parecen seguir es la siguiente: si el hombre del siglo xxi es decadente y está destrozado, y la pintura está también por los suelos, se asimila la representación del hombre roto con la aplicación de pintura medio descompuesta y cuidadosamente mal puesta, y listo. Creo que es una posición facilona y muy autoindulgente, pero repito, tampoco sé yo cómo hay que hacerlo.
De vuelta a mi visita al Prado, lo que entendí perfectamente es que aquellos pintores podían dudar a veces del ser humano, pero no parecen dudar ni un instante de la capacidad de la pintura para representar al ser humano y a todo lo humano.
En el próximo post terminaré con este tema, con ejemplos de pintores que, aún a sabiendas de las limitaciones de la pintura, adoptan estrategias para expresarlo todo sin caer en efectismos ni lagrimeos. Siempre según mi parecer, pues no querría parecer que yo tengo la solución a nada, pues si la tuviera la estaría vendiendo cara. Pero comparto lo que voy encontrando en mi propia búsqueda.
Para todos los que duden, conviene tener presente el final de Elia Kazan y Budd Schulberg, que a pesar de ser ambos unos tíos tremendamente talensosos, acabaron condenados al ostracismo gracias a los lagrimeos y chivatazos en los que cayeron al ver amenazado el sistema en el que tenían depositadas todas sus esperanzas. Más les habría valido callarse y seguir con lo suyo.